Flores
Descubre con nosotros la geografia de la Isla de Flores, una isla con 16,6 km de largo y 12,2 km de ancho máximo que tiene 141,4 km2 de superficie.
Descubre con nosotros la geografia de la Isla de Flores, una isla con 16,6 km de largo y 12,2 km de ancho máximo que tiene 141,4 km2 de superficie. En este pedazo de tierra habitado por 3.793 personas (datos de 2011) el continente Europeo tiene su punto más occidental. La isla de Flores forma el grupo occidental del archipiélago junto con la isla de Corvo, que está a una distancia de 17,9 km. El punto más elevado de la isla, a 911 m. de altura, está situada en morro Alto, a 39°27’48’’ de latitud norte y 31°13’13’’ de longitud oeste.
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El descubrimiento portugués de las islas del actual grupo occidental probablemente ocurrió hacia 1452. Se señala a Diogo de Teive como el navegador que encontró tan “distante” territorio. La designación de Flores se piensa que está asociada a la abundancia de flores naturales de la isla en la década de 1470. No fue fácil el poblamiento de la isla. Las características geográficas del grupo occidental se reflejan en su configuración política pues, al contrario de las otras islas, Flores y Corvo fueron constituidas un señorío que el rey D. Afonso V entrega en 1453 a su tío, D. Afonso, duque de Bragança y conde de Barcelos.
También en Flores los primeros pobladores tienen origen flamenco, por Willem van der Haghen, que se estableció inicialmente en la isla de San Jorge y que intentó probar suerte en parajes más occidentales, en 1480. Bien porque le desilusionó la capacidad económica de la isla, bien por el aislamiento en relación con el resto del archipiélago, lo cierto es que la experiencia fracasó y el flamenco regresó a San Jorge. Abandonado durante años, el territorio tuvo que esperar hasta 1508 para ser poblado con éxito, ahora con el esfuerzo de la familia Fonseca. Así, a pesar del poblamiento tardío, el crecimiento demográfico se consolida. Lajes de Flores consigue la distinción de villa en 1515 y Santa Cruz de Flores en 1548. A partir de finales del siglo XVI, los Mascarenhas van a impulsar todavía más el desarrollo demográfico de Flores.
Como en gran parte del archipiélago, el cultivo del cereal supuso el soporte económico durante un par de siglos, también alimentado por la cría de ovejas, producción de paños y pesca.
A lo largo de los siglos XVI y XVII, la isla vive tranquila y aislada, alterada por las frecuentes visitas indeseadas de los corsarios. Flores, el punto más occidental de Europa, disfrutando de una posición táctica de gran importancia, funcionaba como punto estratégico para que la Corona diese su apoyo logístico a los navíos provenientes del Pacífico y del Índico. Como consecuencia, la isla era objeto de una vigilancia cerrada por parte de corsarios y piratas, que a su alrededor esperaban serenamente el paso de los galeones españoles cargados de metales preciosos llegados de América y de las naves portuguesas provenientes de Oriente.
El escritor del siglo XIX Lord Alfred Tennyson recogió en su poema The Revenge este lejano tiempo de aventuras y pillajes navales. “At Flores in the Azores Sir Richard Grenville lay” empieza el relato de la heroica derrota del barco dirigido por el corsario inglés Sir Richard Grenville ante una flota española. A partir de mediados del siglo XVIII, Flores funciona como puerto de abrigo de las armadas balleneras inglesas y norteamericanas, que buscaban provisiones y hombres para las tripulaciones. La influencia externa conduce a la creación de bases de caza al cachalote en Lajes de Flores y Santa Cruz de Flores. Todavía existen las instalaciones edificadas para la extracción del aceite de las ballenas.
La inauguración del aeropuerto en 1972 y la construcción de instalaciones portuarias modernas llevaron a una mayor integración del grupo occidental en el archipiélago de las Azores. El sector terciario es la base de la economía de la isla, ocupando cerca de un 60% de su mano de obra, con el turismo ganando una expresión cada vez mayor.
El ondulado macizo central de origen volcánico condiciona todo el paisaje. En esta llanura se yerguen conos de laderas suaves o cráteres de paredes rocosas y abruptas que se transforman en lagunas. Son trazos de una naturaleza que fue rebelde en otro tiempo que recibe al visitante con dulzura. De la cima de Morro Alto se vislumbra un océano verde intenso, donde el bosque de laurisilva todavía marca su presencia. Entre el verde intenso de la vegetación, se destacan los arroyos y cascadas que ayudan a regar este jardín natural de flores de colores, donde se destaca el rosa de las azaleas y de las hortensias.
Cráteres, lagunas y arroyos marcan el paisaje de Flores. El agua de los arroyos corre indolente en la superficie de la llanura central o veloz en las cascadas y a lo largo de extensos y profundos valles. Y antes de desembocar en el océano tiene fuerza todavía para mover las turbinas de varias centrales hidroeléctricas de la isla.
La isla encierra siete cráteres volcánicos que se transformaron en bellas lagunas. La Caldeira Rasa y la Caldeira Funda, más al sur, a pesar de estar muy cerca una de la otra, están en costas diferentes. Vegetación abundante y ramos de flores nacidos en las costas componen el escenario natural adyacente. Prácticamente en el centro de la isla se encuentran las calderas Branca, Seca, Comprida y Negra (o Funda), esta última con 105 metros de profundidad y un tono especialmente azul. Aislada de las demás, la Caldeira da Lomba está rodeada de una pequeña elevación y arbustos de hortensias.
Uno de los monumentos naturales más famosos de las Azores, la Rocha dos Bordões consiste en un conjunto de grandes columnas verticales de basalto. La disyunción prismática parece un gigantesco órgano de tubo y se destaca en lo alto de una elevación. Localmente revestida de musgos, líquenes y otra vegetación, la piedra basáltica presenta diferencias a lo largo del día.
Las formaciones geológicas de formato peculiar continúan en el Morro dos Frades, donde hay quien vislumbra en la piedra las siluetas de una monje y una monja. Todavía más simbólico, el islote de Monchique es el pedazo de tierra más occidental del continente europeo: visto de la Vigía de Ponta Negra, cerca del faro de Albarnaz, esta roca negra pone un punto final a Europa y sirve de prefacio para el descubrimiento de una isla y un archipiélago.
La zona de Fajã Grande – Fajãzinha es uno de los más bellos paisajes litorales de las Azores. Por la extensa pared verde que bordea esta zona se desarrollan casi dos decenas de imponentes cascadas, destacándose Ribeira Grande, un salto de 300 metros. En la base de la escarpa existen diferentes masas de agua permanentes, como es el caso del Poço de Bacalhau o Poço da Alagoinha, también conocido como laguna de Patos. Un paseo hasta la escarpa nos permite apreciar de cerca las cascadas y el escenario montado por la naturaleza, que es una invitación a la contemplación y a un baño tonificante. El gris oscuro de la roca, el verde lujurioso de la vegetación, el blanco enérgico de la espuma del agua y el azul cristalino de la poza, se entrelazan para componer una visión prodigiosa.
Numerosos islotes, puntas, bajíos, ensenadas, grutas litorales, disyunciones prismáticas, caídas de agua y frondosos valles son algunas de las peculiaridades que la costa de Flores ofrece. Adornando las altas escarpas de la costa sur, Fajã Nova, en la punta de Rocha Alta y Fajã de Lopo Vaz son accesibles por un sendero que hay a lo largo del acantilado.
En el lado norte de la isla, el bajo y lineal acantilado costero entre Ponta Delgada y la punta de Albarnaz da paso a los relieves de la costa nordeste de Flores, cruzados tan sólo por senderos como el que hay del faro de Albarnaz hasta la punta de Fajã, de difícil trayecto pero de vistas deslumbrantes.
Al contrario, en las fajãs (llanuras) lávicas de Santa Cruz, Lajes y Fajã Grande el mar abraza suavemente las bajas puntas rocosas de lava negra y, en días de calma, muestra un fondo marino reluciente y lleno de vida.
A lo largo de la isla, varias iglesias se destacan entre las casas por sus dimensiones y por el blanco de las paredes, rodeado del predominante e inevitable tono gris de las piedras de sillar. La iglesia de Nossa Senhora de Lurdes en Fazenda, construcción del siglo XX, es emblemática: aprovecha una elevación para ser observada y, al mismo tiempo, servir como mirador para los campos alrededor. También del mirador sobre Fajãzinha se pueden observar las casas del lugar, perdido en el medio de una llanura verde.
En Santa Cruz de Flores, la iglesia Matriz de Nossa Senhora da Conceição se destaca del resto de los edificios por su fachada grandiosa, y las calles estrechas del pueblo recuerdan atmósferas del pasado. La central plaza del Marquês do Pombal tiene un colorido imperio y la bajada al puerto añade nuevos colores, por las pinturas de los barcos de pesca. A partir del mirador del Monte das Cruzes éstos y otros ambientes del pueblo se pueden apreciar en su conjunto.
En Lajes de Flores se destaca la iglesia de Nossa Senhora do Rosário, edificada en el siglo XVIII, con una fachada revestida posteriormente con azulejos. Del atrio, enmarcado por araucarias, se ve el puerto y parte del pueblo y se puede partir para descubrir los imperios, las casas de piedra de basalto y el puente de 1743 sobre Ribeira dos Morros.
Las flores compuestas con corazón de hortensia son un trabajo artesanal delicado que exige manos firmes y habilidosas. La tradición artesanal de la isla también cuenta con flores de escamas de pescado, objetos hechos a partir de conchas, bordados y encajes. Las miniaturas de madera reproducen utensilios agrícolas.
Instalado en parte del antiguo convento franciscano de Santa Cruz, el museo de Flores documenta las relaciones de sus habitantes con el mar y la tierra. Se destacan las colecciones de utensilios agrícolas, scrimshaw (grabado sobre diente y hueso de ballena) e instrumentos marítimos, utensilios relacionados con la carpintería y herrería, tejidos de lino y lana. Es curiosa la exposición de los artefactos recuperados del Slavonia, un paquete naufragado al lado de la costa en 1909.
La Fiesta del Emigrante sirve como homenaje a los habitantes de Flores que partieron en busca de mejores condiciones de vida, pero que nunca dejaron de regresar anualmente a la tierra madre. La fiesta popular, lugar de reencuentro de viejos amigos, marca el calendario de la isla durante el mes de julio. Un poco antes, el 24 de julio, se celebra San Juan. La devoción al patrono se remonta a los pobladores llegados de Terceira y se ha mantenido fuerte a lo largo de los siglos. Como en el resto del archipiélago, la Fiesta del Espíritu Santo tiene lugar de mayo a septiembre y este culto gana una atmósfera especial en Santa Cruz, con arcos de flores que adornan las calles.
Durante siglos, las islas del grupo occidental vivieron algo aisladas, fruto de su distancia con el resto de las islas y sus difíciles condiciones atmosféricas. Por esto, los habitantes aprendieron a confiar en la producción local como base de su alimentación.
En invierno, con las dificultades para salir al mar a pescar, la carne de cerdo servía muchas veces de sustento. Esta carne ha quedado como testigo de este tiempo: carne de cerdo en salmuera, después desalada, cocida y servida con patata y col. Ñame con linguiça (un tipo de embutido) y sopa de berros completan la carta más tradicional de Flores. El queso curado producido en la isla presenta una pasta blanda de textura firme.
El mar es generoso y estimula la imaginación culinaria de los habitantes de Flores. En las tortas de erva patinha se alía el concepto de tortilla con las algas marinas que crecen al lado del mar. El pescado, que forma parte del patrimonio gastronómico tradicional de la isla, se encuentra en recetas variadas, como la albacora (un tipo de atún) asada en el horno y la caldereta de congrio.
El microclima de ciertas zonas permite el crecimiento de frutas exóticas. Del araçá, de la familia de las guayabas, se cogen frutos de color amarillo, rojo y morado con el que se produce una mermelada típica. La miel absorbe su aroma de las numerosas flores que adornan la isla.